jueves, 24 de junio de 2010
Náufragos como nosotros
viernes, 11 de junio de 2010
Efectos de la realidad
Un continuo ir y venir de personas abarrotaba continuamente el que iba a ser su lugar de trabajo durante los próximos años: consejeros que daban pautas sobre las primeras decisiones a adoptar; asesores de imagen que sugerían el color del traje de sus primeras apariciones; colegas con deseos de medrar que venían a rendir impúdica pleitesía; simpatizantes a los que había que agasajar para agradecer sus generosas aportaciones a la campaña; familiares llegados desde lejos ansiosos de conocer el histórico edificio.
Durante un momento disfrutó del inusual silencio. Había ordenado a su diligente secretaria que, al menos durante unos minutos, no le pasara ninguna llamada, que no permitiera el paso a nadie, aunque algún país lejano amenazara con iniciar la III Guerra Mundial.
Desde su asiento, observó detenidamente el panorama: el tablero de reuniones, las paredes con históricos grabados, el labrado techo. Tras los leves visillos se adivinaba el espléndido jardín de la residencia, una vista perturbada por el perfil de un agente de seguridad, cuya sombra le recordaba, más de lo que quisiera en ese momento, su nuevo rol. Tuvo la ligera tentación de poner los pies sobre la mesa, pero pensó que aquel gesto era demasiado vulgar para su habitual comedimiento.
Unos ligeros golpes le sacaron de su momentáneo sosiego. Parecía provenir de la pared de la izquierda, hacia la que hizo girar la butaca presidencial. Unos segundos después volvió a repetirse la llamada, esta vez de manera más contundente. Entonces vio algo que hasta el momento no había percibido: junto a la ventana lateral se recortaba la silueta de una puerta, moldeada y decorada de tal manera que se mimetizaba de manera casi perfecta con la pared. La tercera llamada se acompañó de una voz apagada: ¿Señor Presidente?. Pase, respondió no sin cierta aprensión sin saber exactamente quién o qué aparecería tras aquella puerta.
Vestía un impecable traje azul oscuro, con corbata del mismo color, zapatos negros y camisa blanca. Tenía una edad indefinida. El pelo gris, la mirada azul y la tez sonrosada le daban un aire amable que contrastaba con el gesto serio de su boca de labios finos, que sólo cambió al esbozar una ligera sonrisa cuando solicitó permiso para entrar. Al recibir el asentimiento del Presidente, cerró la puerta a sus espaldas ocultando el pasillo levemente iluminado que pudo percibir apenas unos segundos y que, en la visita inicial para conocer el edificio, no recordaba haber recorrido.
El hombre se acercó sigilosa y diligentemente a su mesa, sobre la que colocó un grueso archivador. El Presidente no supo articular palabra y se limitó mirarlo con gesto interrogativo. Sé que tiene una rueda de prensa dentro de dos horas, tiempo suficiente para que lea la documentación, dijo el personaje señalando la carpeta. Es mi obligación informar a todos los presidentes: ahí está todo resumido. Si quiere profundizar en algún tema puede llamarme en cualquier momento, sólo tiene que pulsar el cero en su teléfono y tendremos directa comunicación. Regresaré minutos antes de que los asesores aparezcan para importunarle antes de su intervención. Mientras tanto, y con su permiso, me retiro. Dibujó una ligera reverencia y salió con la misma actitud sigilosa con la que entró.
Acercó, no sin cierto recelo, la carpeta. Leyó el título de la portada que rezaba: Informe Actualizado sobre la Realidad y, tras abrirla, comenzó a leer el primer documento. Al día siguiente, todos los periódicos del mundo publicaron en portada la foto de las primeras canas del Presidente.
Borgeanismo
Desconcertado por el absurdo de su empresa, decidió que el conocimiento total estaba en la red. Ambicionó acceder a todas las páginas, leer todos los blogs, analizar todos los perfiles, estudiar todas bitácoras, rebuscar en todas las bases de datos. Al final se contentó con listar todos los buscadores, sin quedar realmente satisfecho.
En el declinar de su la vida descubrió con desazón que no había conocido verdaderamente a su padre, que no había leído todo Borges y que nunca, nunca pudo actualizar su perfil en facebook.
Una mujer de cuarenta
La mujer de cuarenta años se da cuenta de que la observo. Desvío mi mirada, pero sé que ella me mantiene la suya unos instantes. Casi percibo el amago de un lejano brillo en sus ojos.
La mujer de cuarenta años apura su café con sacarina y su sándwich con lechuga. Al pasar junto al escaparate, nuestras miradas se cruzan. Quizás haya nacido en ella el brote sin futuro de una ilusión que la ayude a sortear, un día más, el acoso de su jefe, la enojosa tarea, el marido ausente, los hijos irascibles, la casa tirada y la aspereza de una tarde aderezada con la banda sonora de un culebrón en la tele.
domingo, 23 de mayo de 2010
No nos detendrán
Durante miles de años el miedo a lo desconocido, a lo incompresible, a lo que podríamos descubrir más allá de las fronteras de nuestro conocimiento, se ha combinado con nuestra innata curiosidad, para alcanzar el desarrollo del ser humano que ahora disfrutamos.
Pero este miedo, en algunas ocasiones paralizante y en otras protector, ha sido usado durante nuestra historia por aquellos avispados que, con igual miedo pero menos escrúpulos, lo han sabido utilizar para manipular a su antojo a sus semejantes. Curanderos, visionarios, nigromantes, iluminados, profetas, presuntos enviados de otros mundos extraterrenales o extraterrestres, supuestos representantes de dioses y demás fauna han manipulado a las masas mediante el uso de vacuas retóricas, amenazantes profecías e inanes promesas debidamente aderezadas de rituales tenebrosos, ceremonias sangrientas, actos ampulosos y eventos de trascendental apariencia y vacuo contenido.
Compradores de almas a cambio de caridad, que ocultan su desprecio bajo la careta de la compasión, estos prestidigitadores del lenguaje son expertos en esconder el verdadero y manipulador fondo de sus intenciones, la instrumentalización del otro a favor del mantenimiento de sus seculares poderes, utilizando una parafernalia tan rimbombante como fútil, llena de campañas demagógicas y apocalípticas amenazas a cumplir aquí o en presuntas vidas post mortem.
Afortunadamente hemos evolucionado y aprendido; hemos despertado de nuestros sueños temerosos y el camino de la ciencia y del conocimiento, iluminado por la ética de los inalienables derechos humanos, nos ha permitido aplacar nuestros más atávicos terrores descubriendo, al mismo tiempo, la mentira que ocultaba el maquillaje de la supuesta trascendencia.
Ya no nos dan miedo y lo saben. Por eso, cada día tienen que gritar más alto, utilizar portavoces más vocingleros, representantes más agrios, atrios más elevados; tienen que convertir los púlpitos en vallas, los sermones en declaraciones, los rituales en reuniones ejecutivas. Pero no, ya no engañan a quienes hemos sufrido sus mentiras, sus prejuicios, sus manipulaciones morales; ya no pueden engañar a las mujeres discriminadas, a los gays insultados, a las lesbianas despreciadas, a las estigmatizadas víctimas de enfermedades, a las niñas excomulgadas, a los menores víctimas de abusos, a los niños salvados por la ciencia..., a ninguno de nosotros y nosotras. En el camino hacia nuestra irrenunciable libertad, no nos detendrán.
Publicado en teldeactualidad.com el 23/03/09
Tangentes
Las azarosas trayectorias espaciales y temporales que recorremos en nuestra vida diaria nos llevan al casual encuentro de muchos semejantes a lo largo del día. Seres que se cruzan, con indiferencia la mayor parte del tiempo; sinuosos recorridos que se entreveran, convergen y se distancian definitivamente; un cúmulo de invisibles caminos que creamos en nuestros recorridos y que nos ofrecen múltiples posibilidades de coincidencia. Nuestras vidas son líneas curvas que se entrecruzan, la mayor parte de las veces sin consecuencia alguna. Cualquier encuentro casual es una posible puerta a nuevos mundos, a nuevas vidas. Algunos encuentros son cruces de camino que nos desvían hacia nuevos paisajes llenos de incertidumbre o ilusión, de miedo o esperanza. Una mirada mantenida, un roce casual, una sonrisa apropiada, un olor, un gesto, un color…
Menores en el laberinto
Hace unas semanas fui testigo del sereno testimonio de un adolescente gay que contaba el laberinto en el que la homofobia había convertido su casa. Narraba sus impresiones ante los despreciativos comentarios de su familia ante cualquier noticia relacionada con la homosexualidad y nos contaba cómo empapaba sus noches con solitarias lágrimas ante el panorama familiar que debía afrontar. Acogimos con emoción y cariño su testimonio, que nos sobrecogió por la templanza con la que lo exponía y por la sonrisa con la que describía su íntimo infierno. Sabíamos por experiencia que el apoyo de su grupo de iguales le iba a dar la fortaleza suficiente para salir con entereza de la prueba vital a la que se estaba enfrentando.
Casi todos los homosexuales conocemos ese laberinto en mayor o menor medida y muchos hemos sido capaces de encontrar la salida, de alcanzar el hilo de Ariadna que nos permitió escapar del monstruo de la homofobia. En muchos ocasiones, además, las familias fueron capaces de reflexionar, de entender la oscuridad del armario en el que habían pasado la adolescencia sus hijos o hijas homosexuales o transexuales y tuvieron el suficiente amor y empatía como para convertirse en activistas individuales de la justa causa de la igualdad.
Pero los jóvenes gays, lesbianas, transexuales y bisexuales (lgtb) deben recorrer también otros laberintos, el de los centros educativos. Según un estudio de
Mucho se habla de los derechos de los menores, de la necesidad de protección de esas personas, que se encuentran en un momento crucial de sus vidas en el que las experiencias, buenas y malas, marcan gran parte del resto de su vida. La familia y el entorno educativo son ámbitos esenciales para el desarrollo equilibrado de cualquier persona. Pero para los y las menores lgtb, estos entornos se convierten en numerosas ocasiones en lugares de soterrada violencia, cuando no de manifiesta agresividad.
La Federación Estatal de lgtb ha declarado 2009 como el año por la diversidad afectov-sexual en la educación, poniendo de manifiesto la necesidad de que se afronten adecuadamente las diferentes realidades sexuales y de género en los centros educativos, no sólo para que los menores lgtb puedan desarrollar su identidad con la misma libertad y responsabilidad que los jóvenes heterosexuales, sino también para que éstos últimos se enriquezcan y sepan convivir en una sociedad diversa y plural como la que vivimos.
En este contexto, el sábado 27 el colectivo lgtb de Canarias Gamá, ha convocado una manifestación que, bajo el lema “por una escuela sin armarios”, recorrerá
Entre todas y todos debemos colaborar para derruir los muros de lgtbfobia con los que se construyen los oscuros laberintos en los que muchas veces se pierden los adolescentes lgtb. Ellos también merecen nuestra protección.
Nota: el 28 de junio se celebra el día del orgullo lésbico, gay, transexual y bisexual.
Zona Nacional
Pasé gran parte de mi infancia entre las postrimerías de la dictadura y los albores de la democracia,especialmente en aquella época no tan pacífica que se denominó transición. Lasparedes del solar que había frente a mi casa eran territorio apto paraguerrillas de pintadas que reflejaban el diálogo de extremos que dividía a lasociedad. Una mañana nos sorprendíamos con el mensaje de Pinochet Asesino, expresión que a los niños, desconocedores delabsurdo nombre del sátrapa chileno, nos evocaba a un lejano pariente delpersonaje de las películas de Disney. Al día siguiente, el muro venía marcadopor un Zona Nacional, inútil intentode los afectos al decadente régimen de apropiarse de un territorio en el queparecían pulular rojos que, con spray y nocturnidad, pretendían reivindicar una libertad de expresión hasta entonces vedada.
Muchos niños de aquella época estudiábamos en colegios religiosos, cuyospasillos recorrían curas de sotana y coscorrón que salivaban en los cuellos delos chicos en la oscuridad del confesionario. Estaba aquella educación basadaen la disciplina del miedo, en gruesas reglas de madera que los profesores hacían estallar en nuestras manos al menor error en la lección, en patios de en fila y a cubrirse, en domingos de pipas y agonía. No podíamos imaginar queel interior de aquellos muros no era más que el reflejo de una sociedad infame,que el pavor que nos daban la mayoría de nuestros educadores era poco encomparación con el que sentían muchos ciudadanos que habían pasado los últimos cuarenta años mudos y ocultos, llevando una vida de paz de cementerio.
Tuvieron que pasar más de treinta años para que un juez considerara oportunolevantar algunos velos, intentar demostrar lo que ya sabíamos: que la aparentepaz de aquella sociedad se asentaba en la disciplina de las pistolas, en cuarteles de guardia y barrigazo, en domingos de pan y fútbol.Un juez que quiso poner en evidencia que delante de las tapias de loscementerios la tierra también ocultaba muertos, sepultados sin lápida
Ahora, aquel juez que quiso pasar el Pinochet asesino de la pared a lasentencia, va a ser juzgado por el dictamen de algunos jueces que pretenden emborronar los muros de la justicia con el viejo lema ultra:Zona Nacional.
Publicado extractado en El País (papel y digital) el 25/04/2010
Lo que nos agita.
¿Qué cosa es capaz de estimular, en un instante, nuestra vida? ¿Qué nos distrae del sopor de la monotonía? ¿Qué nos excita, nos incita, nos agita, nos remueve, nos conmueve? ¿Qué nos impele a abandonar nuestro cómodo asiento, a pasear inquietos, con el pensamiento revuelto como si hubiera ingerido un alimento extraño que nos abre nuevas puertas a la experiencia? ¿Qué convierte a nuestras aletargadas neuronas en una orgía sináptica, en un cáos de corrientes eléctricas, en un mareante divagar de pensamientos que, alocados, pugnan por sobresalir? ¿Qué no acelera el corazón, nos eriza el vello, nos derrama una lágrima, nos cierra los ojos, nos anuda la garganta? ¿Qué maravilloso acontecimiento es capaz de convertir un cotidiano instante en el más estimulante de los segundos?
Una canción en la radio, una mirada mantenida, un fugaz rayo de sol, el comentario perfecto, una secuencia mágica, la frase de una novela, un poema joven, un artículo oportuno, un roce, un susurro, una brisa, una ola, un aroma, un recuerdo…
Espanto diario.
“El verdadero tema de la literatura es la vejez” (Fernando Vallejo).
Y puede que de la vida. Aún antes que la muerte está la vejez. La muerte no la sufrimos porque en ella no hay nada; no es una meta porque, como lugar, no existe; no es un destino porque alcanzarla significa llegar a ningún lado. Pero la vejez, esa sí que es parte de nosotros, vívida, sentida, sufrida, enfermiza, decadente. Pensamos que nuestro destino es la muerte, irremediable e irrenunciable, pero nuestra auténtica meta es el progresivo deterioro del cuerpo, de la percepción, del deseo, del sexo, de los sentidos, de la vida. He ahí nuestro auténtico final que comienza en nuestro primer aliento, en nuestro primer llanto, cuando la primera molécula de oxígeno empieza la descomposición de la materia. La muerte es la liberación de la decrepitud, de la decadencia, del anticipado inicio de la putrefacción de nuestro cuerpo. Huesos roídos, carnes caídas, órganos inflamados, ojos irritados, oídos apagados, estómagos ulcerados, penes fláccidos, cerebros sumidos en el olvido de uno mismo. Qué mejor tema para la literatura. Y para alimentar nuestro espanto diario.