viernes, 11 de junio de 2010

Una mujer de cuarenta

La mujer de cuarenta años entra en la cafetería y se sienta unas mesas más allá. Desde mi lugar puedo ver su perfil de hombros caídos, su melena descuidada y su mirada, tan perdida que parece apagar los objetos sobre los que se posa. Tiene el aspecto de ser una mujer hastiada, agotada por el tiempo, por una vida monótona, por un marido indiferente, por unos hijos ahítos de adolescencia, por un mísero trabajo, por un jefe despreciable, por tardes ocupadas en limpiar la mierda de sus vástagos, por tediosos domingos con su insulsa familia, por las cada vez más espaciadas noches de sexo rápido y anodino, por una vida de horizontes nublados, de ilusiones agotadas.
La mujer de cuarenta años se da cuenta de que la observo. Desvío mi mirada, pero sé que ella me mantiene la suya unos instantes. Casi percibo el amago de un lejano brillo en sus ojos.
La mujer de cuarenta años apura su café con sacarina y su sándwich con lechuga. Al pasar junto al escaparate, nuestras miradas se cruzan. Quizás haya nacido en ella el brote sin futuro de una ilusión que la ayude a sortear, un día más, el acoso de su jefe, la enojosa tarea, el marido ausente, los hijos irascibles, la casa tirada y la aspereza de una tarde aderezada con la banda sonora de un culebrón en la tele.

No hay comentarios:

Publicar un comentario